domingo, 4 de noviembre de 2012

Las cacerolas no entran en las urnas

Nota de opinión publicada en el diario La Verdad el 04 de noviembre de 2012 (aca)

Resumiendo un mes a una letra, se promociona el 8N que refiere a otro cacerolazo contra el gobierno. Comprimir un mes a una letra aparece con fuerza a partir del atentado al World Trade Center en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Tres años más tarde, el 11 de marzo, se produjo otro ataque terrorista en Atocha, Madrid y también apareció el 11M. Hechos condenables, que con la construcción de la noticia, el recorte de información y la necesidad de impacto mediático han generado un fenómeno de “cuestión determinante”. Ese día, citado o escrito así, debe pasar algo. Como el “Día D” (término militar que indica fecha de una operación y creado el 6 de junio de 1944 para la Operación Overlord de desembarco en Normandía). Al fin, los medios construyen una manera de “ver” una noticia y luego se naturaliza en la sociedad.
Lo real es que distintos sectores políticos y mediáticos impulsan un cacerolazo contra el Gobierno. Con todo el derecho que, precisamente, brinda un estado de derecho (que quienes incitan denuncian que no hay), los famosos caceroleros saldrán a la calle a blandir ollas con objetivos tan variopintos como algunos que convocan. Empezando por Natacha Jaitt (mediática), el Diputado del Peronismo Federal Eduardo Amadeo, Patricia Bullrich de Unión por Todos, Elisa Carrió, que convoca pero avisó que no va, la defensora de delitos de lesa humanidad Cecilia Pando, y algunas ONGs de dudosa procedencia, más tuiteros y blogueros anti K. Entre estos últimos es importante saber quiénes son y que vínculos tienen. Por ejemplo: Juan Cheddad, concejal de UCR en Gral. Arenales, Luciano Bugallo, oriundo de Ascensión, integrante de la Sociedad Rural y activo militante del PRO, Mariana Torres colaboradora de Patricia Bullrich, Marcelo Morán, secretario de Eduardo Amadeo y vinculado a Eduardo Duhalde, Martín Urdaniz, de la Fundación Argentina Ciudadana e integrante del PRO, Yamil Santoro y Maximiliano Baldassarri, ambos del PRO y el último funcionario en la comuna 2 de la CABA. Como vemos, de apolítico tiene bastante poco la marcha, y de espontanea menos aún. Varios portales de internet y la permanente difusión de los medios del grupo Clarín informan hora y lugares de encuentro. ¿Qué tiene de malo que quienes piensan distinto al gobierno y se identifican con otros partidos políticos se organicen y armen una marcha? Nada. Lo más honesto sería decirlo y no disfrazar la misma de apolítica y espontánea.
Pero es interesante detenerse en la construcción mediática del “algo determinante” que se agita desde los monopolios de la información sobre el 8N, porque esos medios esconden intenciones más dañinas que, lo que mucha gente - funcional a una minoría que protege sus privilegios de clase - puede ver en la superficialidad. Una minoría que es funcional a una elite mucho más minoritaria todavía, que encabeza el Grupo Clarín y que concentra poder económico y comunicacional, dispuesto a ir contra un Gobierno ratificado con holgada mayoría el año pasado. Con esa construcción de que “algo debe suceder” es pertinente decir que eso es lo que habilita luego a, manifestaciones de odio, racismo, o violencia verbal que muchos caceroleros, necesitan vomitar para colmar expectativas propias y alimentadas por los medios.
Aunque algunas demandas parecen increíbles – eliminar la AFIP, un dólar libre, viajar a Punta del Este, eliminar las asignaciones universales, volver al sistema de AFJP, no destinar plata al plan de viviendas Procrear, pagarle a los Fondos Buitres al 100% y escrachar a funcionarios que están involucrados por los medios en causas de corrupción (Macri está procesado por la Justicia y nadie lo cuestiona), el objetivo final de los autores intelectuales de esta marcha es un muerto. Esa cuestión de “inminente”, de extrema tensión, de caos, de desgobierno, de que cualquier cosa puede pasar, se legitima con un muerto. Un cacerolero o un militante que esté a favor del proyecto político nacional o algún ciudadano que pase distraído a comprar caramelos. Porque, aunque protesten en la calle quinientas mil personas, un millón o dos, el sistema que garantiza el funcionamiento de una sociedad civilizada es la democracia. La prueba que indica la necesidad de un muerto, son las declaraciones de la Diputada Carrió, que responsabilizó de ante mano a La Presidenta, de cualquier cosa que suceda. ¿Qué cosa mala podría suceder si los que protestan son los que se arrogan el republicanismo, la “blancura” y las sanas y buenas costumbres?
A los poderosos, los que pierden privilegios, un muerto es lo que les garantiza otra y otra movilización más, y así conseguir, también, que los que se oponen no se organicen nunca para plantear propuestas legitimadas por el sufragio. Una especie de trampa, donde siempre van a ser necesarios. Algo así le pasa a la oposición que ha cedido su legítimo lugar a los poderes concentrados de las corporaciones sin más remedio que ir detrás de ellos como rebaño resignado. Un papel patético, proporcional a la antigüedad de algunos partidos políticos que se han reducido a un sello sin ideas. Triste realidad que no ayuda para nada a la democracia, porque los, casi, doce millones de votos que obtuvo el proyecto político que conduce la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner son indiscutibles y como todos ya lo saben, las cacerolas, no entran en las urnas.

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